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Relatos y comentarios sobre lo que acontece en la vida de esta bitacorera. | ![]() |
Sor Anuncia al volante (primera parte)Hoy 1 de Noviembre no hablaré de cómo elaborar las tradicionales gachas, ni acerca de Don Juan Tenorio y su amada Doña Inés. En cambio deseo presentaros a "otra monja". Se trata de Sor Anuncia, mi querido personaje de ficción.Sor Anuncia había decidido aprender a conducir. Se lo había prometido firmemente a San Abundio, –patrón de la villa y de quien se declaraba ferviente devota- tras el incendio acaecido en la “Casa” meses atrás y del que resultaron milagrosamente todos ilesos. El fuego se originó en los aposentos de Sor Virtudes, allá por San Juan. Dicha hermana, haciendo honor a su nombre, era un dechado de cualidades y perfección. Tan sólo un pequeño vicio conocido: se deleitaba cada siesta fumando un puro habano, de los que le proporcionaba Evaristo, el viejo hortelano a cambio de sus favores íntimos. Aquella tarde, cuando se percataron de la intensa humareda existente todo lo que pudieron hacer fue tocar la campana en señal de peligro y ponerse a salvo. Sabía Sor Anunciación que la obtención de este permiso le resultaría realmente duro y complicado, pero se había convertido en algo imprescindible para la congregación. Debería memorizar diferentes cifras, distancias, pesos, prohibiciones, lubricantes, coordinación de pies y manos. El pedal del gran cubo de basura de la cocina comunitaria era el único que ella había ejercitado. Las de encaje de bolillo las últimas clases a las que había asistido, hacía una década. Atrás quedó su cincuenta cumpleaños... Y en cuanto a vehículos, tan sólo era capaz de distinguir sin esfuerzo entre bicicleta, coche o autocar. Asimismo debería aprender las dimensiones máximas permitidas de las cargas, a pesar de que las baguettes para el almuerzo sería lo más largo que ella transportaría. El apuesto profesor le daba las pertinentes instrucciones, que al principio la desconcertaban y dejaban perpleja: - ¡Ábrase, Sor! ¡Más abierta!, refiriéndose al modo correcto de dar un giro. - ¡Sáquela, primero hay que sacarla! Obviamente trataba de explicarle la imposibilidad de insertar una marcha cuando aún está puesta la anterior. - Se trata de encontrar el punto. Se ruborizaba pensando de qué punto podría estar hablando. Como es lógico pretendía enseñarle la sincronización exacta del embrague y del acelerador al comenzar la marcha. E incluso: - Saque el culo. Más tarde comprendería que debía dar marcha atrás lentamente. También en alguna ocasión: - Mejor nos bajamos y lo hacemos de pie, al finalizar la clase práctica y cuando ambos, profesor y alumna debían firmar respectivamente. A veces él posaba cálidamente una mano sobre la suya diestra para ayudarle a cambiar la marcha. En estas contadas ocasiones en que el contacto físico llegaba a ser directo ella alcanzaba un pequeño éxtasis, que trataba de disimular acomodándose en el asiento, colocándose bien el grisáceo hábito y aclarándose la garganta. Por todo ello, tras la última oración y mientras dormitaba, su mente fantaseaba confusamente. Revivía momentos desde antaño aletargados; una mágica sensación la envolvía. Una intensa brisa impregnada con profundos aromas de heno fresco la embriagaban y transportaban a un tranquilo pajar, un verano junto a su único y temprano amor. 13:32 | Toñi Flamil | 7 Comentarios | #
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