
Este tubérculo, que la Naturaleza moldeó caprichosamente en forma de corazón, llegó por azar hasta mis manos. En la frutería- autoservicio compré tomates, pimientos y fruta variada. Al llegar a casa fui abriendo las bolsas correspondientes y comprobé con sorpresa que la última de ellas contenía patatas.
"¿Patatas? ¡Si yo no he comprado patatas, porque tengo de freír y de guisar! Bueno, me las quedaré...", pensé. En ese momento las acepté como mías, al igual que algunos hijos que vienen al mundo sin ser deseados (experiencia que yo nunca he vivido pero he tenido la posibilidad de comprobar) y terminan siendo muy queridos. Y al final de la bolsa, apareció este corazón patatero.
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