A mi generosa amiga Lola, quien prepara unas tortillas de patatas “especialmente buenas” y que me contó esta singular historia.

Alfredo era mujeriego, disfrutaba de una acomodada situación económica y vivía la mayor parte del tiempo en su cortijo. Se “liaba” con las sirvientas o con cualquier mujer que se cruzara en su camino.

Su esposa, que acostumbraba a lucir elegantes sombreros de época (principios del siglo veinte) y bellos mantones de Manila para algunas ocasiones, poseía una mentalidad abierta, progresista y adelantada para aquellos tiempos. Educó a sus hijas inculcándoles la idea de ser autosuficientes en la vida, de no tener que depender de un marido para subsistir.

Tan solo un día al año, en Carnaval, tenía la fiel esposa la posibilidad de vengarse y de tomarse la revancha por las continuas infidelidades que tenía que soportar, ya que por aquel entonces no existía el divorcio en España. ¡Y bien que aprovechaba esa oportunidad! Ese día entraba en casa de la modista, su única cómplice, de donde salía disfrazada generalmente de hombre.

Cuando lo veía en la calle, algo bebido, la emprendía a palos con él, le atizaba tantos como podía. Lo dejaba maltrecho, mientras ella regresaba rápidamente a su casa,  vestida con su ropa habitual. Al verlo entrar más tarde magullado y dolorido, le preguntaba:

Fiel esposa – Pero hombre, Alfredo, ¿qué te ha ocurrido?

Alfredo – No sé, me han dado una paliza…

Fiel esposa - ¿Quién ha sido?

Alfredo – No sé, no tengo ni idea.

Y así, año tras año, un día por Carnaval, Alfredo recibía su merecido por parte de su mujer, con la única complicidad de la modista, quien le confeccionaba el disfraz y la encubría.

24 de Febrero, Carnaval 2009.

PD. El nombre del protagonista ha sido cambiado.

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