La insólita historia verídica de un señor que despierta a su vecina cada mañana con tres contundentes ventosidades. Algo así como el canto de los gallos al amanecer, pero a lo basto.
Nunca me ha divertido hablar de temas escatológicos, pero creo que la anécdota que hoy relato justifica la excepción. Mi vivienda está muy bien aislada térmicamente, pero referente a lo acústico no se puede decir lo mismo. Dispone el dormitorio principal de un amplio y luminoso cuarto de baño. Desde ambas dependencias se escuchan los sonidos provenientes de los vecinos, aunque no desde el resto de las habitaciones.
Tiene mi vecino la costumbre de tirarse tres peítos seguidos todos los días a eso de las siete de la mañana, así en manojo, en el mismo sitio y a la misma hora, como dice la letra de la popular sevillana de Chiquetete. Este peculiar "ramillete sonoro" es invariable al paso de los años: idéntico sonido, idéntico ritmo. La voz humana, por ejemplo, va cambiando con el tiempo, pero concretamente esto no. La duración total del evento viene a ser de unos tres segundos. La letra es simple: pu, pu, puuu. Los dos primeros son calcados, mientras que el tercero y último, el que pone el broche de oro, conserva la misma letra y música pero con una duración algo superior. Si hubiese que instrumentalizar el tema emplearíamos una zambomba y una trompeta.
El primer día que lo oí, me incorporé en la cama alarmada buscando una posible explicación. Después de varios años no sólo no me sobresalto, sino que me sirve de compañía y de orientación horaria, esto último sin necesidad de abrir los ojos para mirar el reloj. Es más, al acostarme por la noche, en vez de cerrar la puerta del baño para dejar mi dormitorio insonorizado, la dejo adrede algo entreabierta. De este modo, si algún día me quedo dormida tras apagar mi despertador, sé que funcionará éste segundo. Vamos, ¡lo arropadita y segura que yo me encuentro! ¿Estaré desarrollando tal vez una especie de síndrome de Estocolmo?
Esta mañana, mientras dormía, he oído "el toque de diana". Me desperté preocupada.
-¿No ha sonado mi despertador?, pensé. -¿Se me habrá hecho tarde?
Miro el reloj: las seis. Pues no es la hora de levantarse aún.
¡Debe ser que mi vecino tomó anoche para cenar habas o habichuelas!