¡Ay, que susto me  acabo de llevar! He entrado a orinar a mi cuarto de baño, y al terminar, he notado que algo se movía en mi zona más íntima, que algo reptaba en vertical hacia mi orificio más preciado. 

¿Quién anda ahí?, pensé dando un brinco en cuestión de milésimas de segundo. El baño estaba soleado, es decir, que se veía muy  bien, y yo estaba completamente segura que no había nadie al entrar allí. ¿Será  acaso un pequeño alienígena camuflado o una lagartija con afán violador?

Pronto descubrí el misterio: no se trataba de un reptil o de extraterrestre alguno, sino de oro. Así, como lo oyen. Resulta que una de las dos pulseras finas de este noble metal  que siempre llevo puestas en la muñeca derecha, se acababa de partir en ese preciso instante, y se iba deslizando por tan comprometida zona. Al final, me he alegrado de que sucediera allí, pues la he recuperado al recogerla del suelo y no he llegado a perderla, pero la  impresión que me ha causado notar esa inesperada sensación en semejante sitio, sin tener ni idea de qué se trataba, tardaré en olvidarla.