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Relatos y comentarios sobre lo que acontece en la vida de esta bitacorera. | ![]() |
LA QUERIDA LUNA DE MI PADRE
Nuestra querida Luna Por Manuel Flamil La Luna, además de acompañar por el espacio cósmico como fiel lazarillo a nuestro planeta Tierra, girando en torno a ésta a razón de un kilómetro por segundo, cambiándole la dirección de su eje cada 18 años y medio, haciéndole describir un círculo serpenteante llamado nutación, participando conjuntamente con el Sol para que se efectúen en nuestros mares y océanos los grandes flujos y reflujos etc., ha sido también el talismán de los poetas y el encanto de los enamorados. Servía de pauta para fijar meteorológicamente durante sus fases la inestabilidad del tiempo; asimismo (aunque no siempre fuera cierto), tocológicamente se le achacaba el que ésta u otra lunación fuera de niños o niñas y, ¡como no!, ha sido la admiración y el objeto celeste más útil de cuantas personas han tenido que trasnochar necesariamente en el campo, o faenar en el mar. En mi infancia, tuve la ocasión de contemplar personalmente la satisfacción que motivaba la Luna a los campesinos en el estío, durante el período de recolección de cereales (que habían de transportar por la noche en gavillas a la era), cuando nuestro satélite mostraba su parte iluminada ya en fase de Cuarto Creciente, alumbrando durante la primera mitad de la noche. Y si en esos momentos la observamos aunque sea con un pequeño telescopio, veremos que el terminador va limitando los hermosos cráteres de Ptolomeo, Alfonso y Arzachel, los montes Apeninos, el valle de los Alpes, etc. La alegría era aún mayor cuando la Luna mostraba iluminada más de la mitad de su superficie visible, indicando que iba camino de la fase Llena, siendo así su iluminación nocturna excelente y más prolongada, hasta que a los siete días aproximadamente la curva de la parte iluminada pasa al lado contrario empezando a decrecer; en este caso podemos aplicar el antiguo refrán: “La joroba a levante, Luna Menguante”. También el percibir más luz durante la fase de Luna Llena, es aprovechado por los animales de vida nocturna como son búhos, lechuzas, mochuelos etc., ya que aquella les facilita la caza de sus víctimas, por lo que se observa que están más “gordos” después del plenilunio que después del novilunio. Lo mismo que ha sido observada la Luna prácticamente por la gente durante el verano, lo ha sido también en todas las estaciones del año. Prueba de ello es que siempre hemos oído hablar de la “Luna de enero”, y no sólo hablar, sino ensalzar con un arte tan inefable de nuestra Andalucía como es el cante flamenco. Todo contemplador de este arte, habrá escuchado en los distintos estilos de Fandangos, Bamberas y Serranas las siguientes letras mencionando la “Luna de enero”:
Por Fandangos y Bamberas: (Popular) Eres chiquita y bonita Eres como yo te quiero Eres una candelita En una noche de enero Cuando la Luna se quita Por Serranas: (Interpretadas por “Pepe Marchena”) Pastorcillos venid a la laguna “Pa” que a vuestro rebaño le dé la Luna Así lo quiero De que fuera la Luna del mes de Enero Sacamos en consecuencia que la raíz de este difundido comentario es porque han observado minuciosamente que, en el mes de enero, nos alumbra más la luna que en ningún otro. A estos admirativos observadores, jamás les oí decir (tal vez por desconocerlo) el motivo de este fenómeno. Yo particularmente creo que se origina lo siguiente: Sabemos que el sistema Tierra-Luna se halla situado en enero con relación al Sol en el perihelio, a unos 147 millones de km, y en julio en el afelio, a unos 152 millones. Deducimos, por tanto, que en esta distancia progresiva o regresiva la diferencia es de unos cinco millones de kilómetros. La luz que nos refleja nuestro satélite recibida del “astro rey”, al estar más cerca de éste, debe ser más copiosa; si además coincide en este mes la Luna Llena con el perigeo, también nos alumbra más al reducir la distancia a la Tierra en 50.000km aproximadamente, mostrándonos entonces un diámetro aparente que puede medir hasta algo más de 33 minutos de arco. Otra causa primordial de esta mayor recepción lumínica estriba en la gran altura que llega a alcanzar la Luna Llena sobre el horizonte durante las noches de invierno, mayormente en diciembre y enero, por hallarse así proyectado por estas fechas sobre la bóveda celeste nocturna el camino o plano de la eclíptica, sobre la cual el de la órbita lunar forma un ángulo que oscila entre los valores de 5 grados, y 5 grados 9 minutos aproximadamente. Sumados éstos a la inclinación del eje de la Tierra (23º 27´), puede la Luna elevarse hacia el cenit en su fase Llena cinco grados más que el Sol en verano. Por tal motivo, la luz que nos refleja la recibimos de forma más directa y por consiguiente resulta más abundante asimismo más duradera, ya que el tiempo de permanencia transcurrido desde el orto al ocaso dentro de los ya citados meses de diciembre y enero, es más prolongado que en los restantes del año. Si a estos factores añadimos la transparencia del cielo como es habitual en muchas noches de enero, creo que es motivo suficiente para que nuestra poética Luna, en dicho mes, nos brinde de su albedo más luminosidad que en cualquier otro. Desde que el astrónomo Langrenus, que estaba al servicio de Felipe IV de España, trazó el primer mapa nomenclaturado de la Luna, y también en los de sus coetáneos el P. Riccioli y Hevelius (a mediados del siglo XVII), ya se conocían bautizados con nombres astrólogos los mares, y con nombres de astrónomos a los principales cráteres, montañas y otros accidentes lunares. Muchas personas, cuando a simple vista miran la Luna, lo que aún ven representado por los contornos sombreados (sobre todo en fase Llena) es un rostro humano sonriente. De acuerdo con los mapas que poseemos actualmente, la descripción facial podemos definirla diciendo que el ojo izquierdo la forman los mares de la tranquilidad, Fecundidad y Néctar, y la ceja de éste (aunque no muy alargada) el mar de la Crisis; el ojo derecho lo compone fundamentalmente el mar de las Lluvias, y la ceja el mar de los Fríos; la nariz, representada por el mar de la Serenidad, el mar de los Vapores y los montes Apeninos y, finalmente, la boca queda indicada por el océano Tempestades, mar de los Humores y mar de las Nubes. Continuando con las observaciones selenográficas, vamos a remontarnos incluso a tiempos anteriores a nuestra era, en los que gracias a éstas podían predecir el tan importante y curioso fenómeno de los eclipses. Los antiguos babilonios y caldeos ya sabían que, cada 6.585 días, equivalentes a 18 años y 11 días o 18 años y 10 días, dependiendo del número de años bisiestos, se repetían los mismos eclipses; por término medio eran 70, 41 de Sol y 29 de Luna. Este periodo de tiempo fue llamado Saros, y consta de 223 lunaciones, equivalentes a 242 meses draconíticos o nodales, o sea, el tiempo que tarda la luna en volver al mismo nodo ascendente; y es de 27 días, 5 horas, 5 minutos y 35, 8 segundos. Se sabe que el filósofo griego Tales de Mileto, basándose en el periodo de Saros, predijo el eclipse de Sol del 28 de mayo de 585 a.C. Debemos aclarar que la predicción de eclipses de Sol en la Antigüedad era más bien empírica, no podía fijarse la magnitud ni la situación puntual de éstos, debido a que existen unos números decimales en los períodos (que entonces tal vez se desconocían), y sus valores no son múltiplos exactos. Esto actualmente se define con bastante exactitud, incluso muy aproximado, en los cálculos que efectuó el astrónomo austríaco Th. Oppolzer (1841-1886), referentes a 8.000 eclipses de Sol y 5.200 de Luna, comprendidos desde el año 1.207 a.C. hasta el 2.163 de nuestra era, ¡sin ordenador! Si los astrólogos o astrónomos Hi y Ho hubieran tenido la suerte de anunciar el gran eclipse de Sol que, según los cálculos debió producirse el 22 de octubre del año 2.137 a.C., no les hubiera costado la vida, como así les sucedió. Según relata una crónica china antiquísima, estos referidos astrólogos o astrónomos estaban a la Corte del Emperador Tschung-Kangh en el Imperio del Centro, y sólo se preocupaban de darse una vida placentera y relaja, sin prestar atención ninguna al curso de los astros. El olvido de sus deberes llegó a tal punto que dejaron de pronosticar dicho eclipse, lo que provocó gran motín por las gentes atemorizadas. Que se imaginaban que aquello era el fin del Sol. “En aquel entonces creían y aún parece siguen creyéndolo en algunas regiones del gran Imperio Chino, que el fenómeno es debido a que un formidable dragón se quiere tragar al Sol”. Conforme a la costumbre china, por tal negligencia y despreocupación fueron decapitados los señores Hi y Ho. “De lo cual puede sacarse puede sacarse la conclusión de que era cosa poco envidiable el cargo de astrónomo imperial en la Corte de aquel soberano chino”. Relegando la mala fortuna de estos dos astrónomos, vamos a terminar indicando que tanto la astronomía en sí como nuestra plateada Luna, son la base fundamental para fijar las fechas de celebración de nuestras fiestas. Durante el año sabemos que existen unas fiestas fijas y otras movibles; estas últimas, eclesiásticamente en el calendario tienen como punto de partida la Pascua de Resurrección; y ahora nos preguntamos: ¿como se fija ésta? Pues bien, se fija en el domingo siguiente a la Luna Llena que aparece después del equinoccio de primavera (20 o 21 de marzo), llamado también punto vernal o punto Aries, o sea, el punto de intersección de la eclíptica y el ecuador. Este es el motivo por el que decimos que la Semana Santa cae “alta” o “baja” existiendo, a veces una diferencia de casi un mes. Pero, en fin, caiga alta o caiga baja, lo que sí podemos comprobar es que la mayor parte de las procesiones de nuestra gran fiesta religiosos, son acompañadas y alumbradas por el gran cirio que es la Luna Llena: Virgen mía de la Soledad Tienes por palio la Luna Llena Mírala por donde va La soberana de la pena Con mi saeta “clavá” (Saeta interpretada por Antonio Fernández Díaz “Fosforito”)
22:30 | Toñi Flamil | 3 Comentarios | #
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