Acaba de suceder. Sábado frío y lluvioso, once de la mañana. En la calle, un gran número de personas de compras, con bufandas, gorros, guantes  y paraguas. Algunos de ellos, utilizan también pañuelos para secar las incipientes mucosidades acuosas (el agüilla) que les cae de manera insistente debido a las bajas temperaturas.

Me dispongo a salir de una zapatería. Me encuentro sobre el escalón de la misma, dispuesta a abrir mi original y juvenil paraguas de color fucsia, de apariencia textil. Miro hacia un lado antes de abrirlo, no vaya a ser que en la maniobra le salte un ojo a alguien y lo deje tuerto. Y es cuando veo lo siguiente: un hombre sexagenario de aspecto normal, que se cubría de la lluvia con un paraguas negro, también normal. Lo único a destacar era que de un lado del mismo le colgaban unas frondosas hojas verdes que le llegaban hasta el hombro. Esperé sobre el escalón, para dominar mejor el campo de visión, a que pasara delante de mí. Comprobé que no se trataban de unas simples hojas lo que paseaba este buen señor. Desde el centro del paraguas, se apreciaban varias espesas ramas naturales a modo de guirnalda múltiple que se ramificaban por un tercio de la superficie del paraguas.

Estuve a punto de avisarle, por si no se había dado cuenta de que parecía un arbusto andante. Pensé decirle: “¡Oiga, que lleva usted medio árbol colgado!”. Pero, asombrada y dubitativa, me quedé en silencio. Ignoro si el portador de tan original diseño paragüero es ecologista o si, como sospecho como teoría más posible, ha tenido un pequeño percance y se ha llevado medio árbol enganchado sin notarlo. De cualquier manera, que se prepare la que le puede formar su mujer cuando llegue a su casa con la planta trepadora encima.

Y pensaba yo que mi paraguas era original…

PD. Si cierta diseñadora española, cuyo nombre propio posee tres aes, que se caracteriza por sus modelos y estampados circenses, patentara este innovador paraguas, tendría el éxito asegurado.