Allá por los años ochenta, en un pueblo andaluz famoso por sus excelentes vinos e importantes bodegas, existía una pequeña imprenta artesanal llamada Gutenberg.

Un vecino de dicho pueblo, poco culto el hombre, estaba convencido de que ése era el nombre del propietario de la imprenta. Por eso, cada vez que lo veía por la calle, lo saludaba educadamente, diciendo:

- Vecino inculto: ¡Adiós, Gutenberg!

El dueño del pequeño negocio, se sentía contrariado y violento cada vez que lo llamaba así, igual que al alemán que varios siglos atrás había inventado la imprenta. Pero no sabía si su paisano se mofaba de él o simplemente creía que ése era su verdadero nombre. Hasta que un día, por fin, después de mucho tiempo de este repetido equívoco, lo paró por la calle, y tras el habitual saludo le dijo:

- Dueño imprenta: Mira, que yo no me llamo Gutenberg. Me llamo Pepe.

Y el tema quedó aclarado.

PD. Como de costumbre, un hecho verídico. La imprenta aún existe en la actualidad.