En realidad se trata de las ingles y del pubis completo de la joven Lorena.
Verano, sol, playa, alegría, bikinis, bronceados, depilaciones, erupciones cutáneas…
Con la llegada del solsticio de verano, la bella Lorena, de esbelta figura y abundante cabellera, se sintió pletórica. Además, su novio le había regalado un diminuto bikini de diseño atrevido y costoso. Tan solo la pedrería que llevaba incrustada, hacía ver el elevado “caché” del mismo.
-¡Voy a causar sensación, hoy triunfo yo! –pensó ella. Quería deslumbrar a sus amistades, a los bañistas y, tal vez, a sí misma. Para ello, debía depilarse a fondo. Y se puso manos a la obra. En unos instantes, y como por arte de magia, el comprometido triángulo citado quedó como la selva amazónica deforestada. Su tacto, suave como la seda, como la piel de un bebé, como la parte interna de sus propios muslos.
Pero a veces, las cosas toman un giro inesperado, y sale el tiro por la culata. Resultó que todos los poros depilados se le infectaron. Aquello enrojeció de forma alarmante, tomando el color de las amapolas. Lorena buscó urgentemente un remedio, algo que le mitigara el insoportable picor y escozor que estaba padeciendo. Y se aplicó Betadine, que era lo primero que encontró, quedando la zona como un cuadro impresionista, con originales tonalidades amarillas y rojas.
David, el novio, que no el gnomo, pues éste medía dos metros de estatura, se desmoralizó ante tan inusual visión. El monte de Venus de su escultural amada, había cambiado completamente de look. Ahora más bien se asemejaba al trasero de un mandril. Como consecuencia, se desmoralizó, se le bajó la libido y lo demás.
Por la noche de San Juan, y debido a esta inoportuna reacción cutánea, el lujoso bikini de Lorena aún continuaba sin estrenar.
De momento, esto es todo lo que sé. El desenlace de esta historia debéis imaginarlo y contarlo vosotros, amigos lectores, ya que mi amiga confidente todavía no me lo ha dicho.
¡Feliz verano!